Los complementos
son y han sido punto clave para la historia del estilismo. Desde tiempos
inmemoriales han existido bolsos, cintas, corbatas… Sin embargo, al igual que
todo, todos estos complementos tienen un comienzo.
El bolso…
En la antigüedad,
desde los romanos hasta las cruzadas, el boso más usado, tanto por hombres como
por mujeres, era la bolsa monedero, que se cerraba con un cordón.
En el siglo XVI,
las mujeres ocultaban sus objetos en los pliegues de la falda, o en las mangas,
pero en el XVII aparecieron los bolsillos, que no se cosían al vestido, sino
que se ataban a la cadera
En París, en 1790,
la moda del estilo Imperio, que no permitía estos bolsillos, hizo aparecer el
bolso. En realidad lo que se hizo fue ponerle correa al bolsillo.
Estos primeros
bolsillos exteriores se llamaron “retículos”, del latín reticulum, pero la
prensa francesa que criticaba que una prenda interior se convirtiera en
exterior, los rebautizó como “ridículos”. Hacia 1805 no había ya mujer que no
saliera de casa sin su bolso.
Lo que conocemos
como bolso clásico, empezó con el caballo y el barco de vapor: Louis Vuitton
hacía baúles de viaje para Napoléon III, y la casa Hermés se encargaba de las
sillas de montar de los aristócratas.
Las épocas de
crisis, como las guerras, hacen que el bolso crezca, mientras que se reducen
durante las épocas de bonanza.
Tras la II Guerra
Mundial, cuando la mujer se incorporó decididamente al mundo laboral, se puso
de moda el bolso de bandolera, que dejaba las manos libres.
La cinta…
Cuesta trabajo
imaginar el importante papel que las cintas han desempeñado en el vestido desde
el siglo XV hasta comienzos del nuestro.
Mazarino, ministro
de Luis XIV de Francia, intentó reconducir las finanzas restringiendo el
consumo superfluo. Prohibió, entre otras cosas, los bordados de oro y plata de
los trajes de los que no pertenecieran a la familia real o a los “grandes”.
Entonces, los cortesanos y sus imitadores burgueses se desquitaron con las
cintas, hasta el punto de que su empleo se convirtió en una verdadera locura.
Por ejemplo, para
resaltar la blancura de la piel, las damas elegantes se anudaban alrededor del
cuello una cinta de terciopelo negro realzada con una rosa. Después de la
Revolución, estas mismas cintas se llevaban de satén rojo, “a la guillotina”.
La corbata…
El orígen de la
corbata es antiguo. Incluso entre los romanos se encuentran indicios de algo
que recuerda a la corbata. El más ilustre de ellos, Augusto, que era enfermizo
y friolero, usaba en privado su focale, para protegerse la garganta.
Caída en desuso,
reaparece hacia 1660 con los regimientos de soldados croatas, cuyas croatas
impresionaron en la fastuosa corte de Luis XIV, comenzando así la historia de
la corbata moderna.
Pero, la hoy
clásica corbata fue, en su día, una extravagancia. Y, así, en Francia, en el
siglo XVII, el reglamento disciplinario del colegio calvinista de Puylaurens,
en el Languedoc, advertía sobre el comportamiento que debían tener los
estudiantes, e indicaba: "Los estudiantes de teología serán modestos en su
indumentaria, y no llevarán ni corbatas, ni cañas o bastones, ni otras cosas
contrarias a la modestia".
La actual versión
de la corbata, estrecha y colocada debajo del cuello de la camisa, se
desarrolló hacia finales del siglo XIX, pues en los dos siglos anteriores ésta
consistía en una amplia tira drapeada o plegada sobre el pecho y anudada según
modalidades diversas.
En la actualidad
existe cierta tendencia al regreso de las joyas masculinas, pero un verdadero
señor dificilmente se deja engañar; puesto que sabe que las joyas permitidas al
hombre son muy pocas: aparte del reloj y la alianza, los gemelos y el alfiler
de corbata componen la relación. El pasador de pinza se prende en el borde de
la camisa, más o menos a la altura del cuarto botón desde arriba, de forma que
quede escondido cuando la chaqueta se abotona.
Francisco Javier Guevara Herráez.